Las diferencias personales entre Bolsonaro y Fernández, sumadas a la polarización y a diversos condicionantes económicos, obstaculizan una alianza cada vez más necesaria en un continente en crisis
Federico Merke y Oliver Stuenkel
Desde el regreso a la democracia en la Argentina y Brasil, la relación bilateral entre ambos países se construyó sobre tres compromisos fundamentales. El primer compromiso, el estratégico, estableció la transición de un juego geopolítico de rivalidad a otro de cooperación institucionalizada en el ámbito nuclear y comercial. La Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares y el Mercosur, creados en 1991, fueron los dos pilares de un proceso que incrementó la confianza, fortaleció la democracia y transformó la matriz geopolítica y diplomática de toda América del Sur. Fue uno de los grandes momentos de la diplomacia argentina y brasileña y sentó las bases para una cooperación sin precedentes.
El segundo compromiso, el productivo, estableció un equilibrio bajo entre comercio libre y comercio administrado, que impulsó al sector agroindustrial al tiempo que protegió a las industrias menos competitivas. Una vez alcanzados, los equilibrios fueron difíciles de alterar al existir escasos incentivos para abandonarlos y también pocos incentivos para alterarlos.
El tercer compromiso, el diplomático, estableció una tradición de no intervención en los asuntos internos. Es cierto, la interdependencia siempre generó presiones para intervenir en el vecino, pero esa intervención típicamente fue para reducir la distancia entre las preferencias de Buenos Aires y Brasilia, no para hacer de ella la base de un proyecto político partidario en oposición al vecino.
Hoy estos tres compromisos tiemblan en el aire. El presidente Jair Bolsonaro no solo desconfía del presidente electo Fernández. También desconfía del argumento de que la alianza con la Argentina es incuestionable. América del Sur ha dejado de ser prioridad para Brasilia, salvo para luchar contra el régimen de Maduro. Y el Mercosur, si fuera por Bolsonaro o por Paulo Guedes, su ministro de Economía, habría dejado de existir tiempo atrás. “El modelo proteccionista de Brasil ha fracasado”, afirmó Marcos Troyjo, el segundo de Guedes. Brasil no solo mira con entusiasmo el acuerdo con la Unión Europea, sino que también desea bajar sus aranceles de manera unilateral y firmar otros acuerdos comerciales. Del lado argentino, no está clara aún la posición que tomará el gobierno de Fernández en relación con el acuerdo Mercosur-Unión Europea. Pero hay algo cierto. Si la Argentina decide quedar afuera, si Brasil, Paraguay y Uruguay ratifican el acuerdo al tiempo que Brasil reduce de hecho sus aranceles, el fin del Mercosur estará a la vuelta de la esquina. Por último, Jair Bolsonaro y su grupo más ideológico no han escatimado esfuerzos en cuestionar al presidente electo Fernández, que también le respondió de manera asertiva, aunque luego optara por guardar silencio en relación a Bolsonaro, al tiempo que demandaba la libertad de Lula Da Silva.
El escenario no podría ser más complicado. Por un lado, la distancia ideológica entre Bolsonaro y Fernández será la mayor desde que la Argentina y Brasil sentaron las bases de la cooperación. Por otro lado, la liberación de Lula probablemente traerá más polarización a la vida política de Brasil. Y en esa polarización, la Argentina será también parte de la política doméstica de Brasil al quedar Lula y Fernández del mismo lado.
Más allá de las diferencias personales, hay dos aspectos geopolíticos que harán más difícil la relación: la crisis en Venezuela y las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China. Para Bolsonaro, liderar el combate contra el chavismo es parte de su identidad política y es esencial para movilizar su base más radical. También opera como prueba de amistad hacia el presidente Trump. Si Fernández sale del Grupo de Lima y vuelve a reconocer la legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro -algo bastante probable-, el desafío estará en excluir el tema de Venezuela de la relación bilateral. Algo nada fácil, ya que los actores más radicales del gobierno de Bolsonaro, como el canciller Ernesto Araújo, constantemente intentarán caracterizar al gobierno de Fernández como el representante del chavismo en el Cono Sur. Asimismo, y por lo menos durante un año hasta que Trump busque su reelección, Estados Unidos será el Norte y la inspiración del gobierno brasileño, pero no del argentino. El riesgo, en este sentido, es que ante una mayor aproximación de la Argentina a China, Trump aumente la presión sobre Brasil, una dinámica que puede profundizar la división entre Buenos Aires y Brasilia.
Múltiples desafíos
El deterioro de la relación bilateral, sin embargo, no comenzó con Bolsonaro. Con toda su desmesura, su presidencia es más bien el síntoma de una crisis en las coaliciones políticas de Brasil y su impacto en la política exterior. La proyección global que Lula le dio a Brasil trajo un déficit de atención hacia su socio menor. Los años de Dilma Rousseff, más enfocada en Brasil que en el entorno global, acentuaron esta tendencia. Por su parte, Michel Temer comenzó a mirar más hacia Estados Unidos y Europa. El debate público en Brasil miró al Mercosur, con Venezuela como miembro, con ojos cada vez más críticos al identificarlo como un proyecto de izquierda y proteccionista. La socialdemocracia brasileña, históricamente defensora del Mercosur y de la relación con la Argentina, fue perdiendo interés en su defensa. Los expertos en comercio señalaron la pérdida relativa del intercambio bilateral en las exportaciones de ambos países. Como resultado, la Argentina se fue quedando con una base de apoyo cada vez menor entre las élites diplomáticas y económicas de Brasil, dejando apenas sectores industriales que venden productos de mayor valor agregado al mercado argentino. Élites cuyo silencio sobre el clima bilateral que se vive hoy es notable. Sobre este proceso, que comenzó antes de Bolsonaro, se suma la percepción dominante en Brasil entre formadores de opinión que sostienen que la crisis económica llegó para quedarse un largo tiempo.
En síntesis, una combinación peligrosa de diferencias personales, polarización ideológica e inhibidores económicos y geopolíticos pone en riesgo una sociedad estratégica que lleva más de treinta años de existencia. Del lado argentino predomina la idea de que Brasil es mucho más que Bolsonaro y que es necesario interactuar por debajo del radar, cooperando en los asuntos necesarios, como el comercio y la seguridad, y callando en los acuerdos imposibles, como Venezuela y Bolivia. Del lado de Brasil, ni el silencio de Hamilton Mourão, su vicepresidente, ni la verborragia del canciller Araújo ayudan a moderar la relación. Cuesta encontrar hoy en Brasil voces políticas, sociales y económicas a favor de un acercamiento estratégico con la Argentina.
La mejor estrategia
Ante este escenario, la Argentina y Brasil tienen tres opciones: pueden apostar al fracaso del otro; pueden ignorarse mutuamente o pueden practicar la cooperación limitada. La primera opción es la más ideológica, la más partidaria y definitivamente la más costosa de todas. Dañaría la relación de manera profunda y duradera, además de incrementar los niveles de volatilidad e incertidumbre en la región. La segunda opción puede ser más razonable desde un punto de vista individual, ofreciendo una versión más dura de paciencia estratégica. Pero la ignorancia mutua solo servirá para prolongar indecisiones y producir un subóptimo desde el punto de vista colectivo. La tercera opción, considerando los límites y desafíos desarrollados en este artículo, es la mejor estrategia. Permitiría a la Argentina y a Brasil sacar juntos el mejor provecho de las tensiones entre Estados Unidos y China, proyectar estabilidad hacia la región, por ejemplo haciendo control de daños en la crisis boliviana, y encarar de manera coordinada los desafíos económicos, sociales y de seguridad que enfrentan los dos países.